Quiénes somos; qué pensamos

Un grupo de compañeros no docentes pensamos que pasados ya 10 años de la creación de la Universidad Nacional de Villa María es hora de que nuestra representación sea canalizada de manera seria, responsable y eficiente.Creemos que nos esperan arduas tareas y nos lanzamos a afrontarlas plenos de determinación, de fe en la capacidad y decisión de los compañeros, de confianza en el seguro éxito de nuestro trabajo. Esperamos que a partir de nuestra gestión ya no haya sacrificios vanos, esfuerzos desperdiciados, esperanzas frustradas. Sabemos por qué y cómo peleamos, contamos con las herramientas básicas que necesitamos, sólo nos resta afilarlas, mejorarlas incesantemente y ser cada día más hábiles en su empleo.Pensamos que un gremio no es ni nunca más debe ser una entidad en la cual algunos logran beneficios personales contra el malestar de muchos. Nos genera repulsión la consabida historia de los dirigentes ricos y las bases trabajadoras luchando por sobrevivir. Estamos convencidos de que es posible una representación genuina de nuestros intereses como sector y de los intereses de la comunidad universitaria en cuanto participamos del gobierno de ésta y a ello nos abocaremos con la mayor predisposición y empeño. Nuestras acciones se encontrarán orientadas a la defensa de las tres cuestiones que consideramos básicas y fundamentales: los derechos de los trabajadores; la igualdad de oportunidades; y por un país justo y solidario.

lunes, 21 de julio de 2008

La borocotización de TVR

Por Mundo Perverso

Ya lo habíamos posteado acá: es una pena lo de TVR. No voy a insultar como lo hice frente al televisor mientras veía la manipulación que hicieron sobre el conflicto del campo. No lo voy a hacer por el respeto a todos los excelentes informes que expusieron durante todo este tiempo.
TVR se dió vuelta luego de años de mantener independencia, habiendo sufrido muchas presiones e incluso censura por parte de la "prensa independiente" de Manzano y de Narváez. En aquel entonces desde acá le dimos difusión al hecho y a los pormenores del asunto. También defendimos al programa desde acá cuando a Majul no se le ocurrió mejor idea que salirle a competir los sábados.
Después de tanta agua bajo el puente es una lástima ver cómo su productor, Diego Gvirtz, ahora dilapida su capital bien logrado jugando para los intereses del grupo Clarín y las hordas republicanas; dando a entender a través de sus últimos informes que los que apoyaron a los patrones del campo eran "gente bien" (seleccionando personas que explicaban por qué estaban ahí), mientras que los testimonios de los que apoyaban al gobierno eran descerebrados arreados que ni sabían por qué iban a la manifestación. También si prestan atención verán que en la introducción a la marcha en apoyo al gobierno hasta se cuela una imagen fugaz de una parrilla con choripanes, como si no hubiera habido choripanes en el acto del campo (que, de hecho, antes de comenzar los comentaristas televisivos remarcaban que "todo ese humo que se ve en pantalla no es por quema de pastizales sino por choripanes").
Elegí recortar los comentarios de Schultz y Wainrach quienes en respuesta a D'Elía resaltaban que "ahora lo bueno es que Todos Nosotros vamos a seguir trabajando y bueno, vos Luis.. vas a seguir." Como si D'Elía no trabajara. Trabajo pareciera ser para Schultz "trabajar para empresas privadas" y, todo lo demás, no calificaría como trabajo.
Una lástima Gvirtz, era muy bueno tu programa. Una bocanada de aire fresca en medio de la hegemonía discursiva de las empresas que tienen el control de la cultura. Lo lamento más que nada por el talento que están desperdiciando; los editores -lo digo como colega- que trabajan para hacer esos informes hicieron un trabajo excelente durante todo este tiempo y es realmente triste ver que ahora estén volcando todo ese talento y creatividad en demonizar la protesta social, en defender los intereses de los poderosos. La verdad es que no creo que todos ellos tengas las mismas convicciones que un ex compañero de trabajo, quien una vez en una charla en la que le cuestionaba haber aceptado trabajar editando informes non-sanctos para un señor (que no voy a nombrar para no mandarlo al frente), me dijo algo así como "Y bueno, yo laburo el que pague mejor. Si tengo que editar una campaña para *** y hay buena guita lo hago total, las "convicciones", son cosas de políticos".
No funciona así: todos somos responsables por lo que hacemos. Uno no puede exigirle a los dirigentes políticos lo que no ejercen día a día en sus vidas cotidianas. Si trabajás para el que más pague, aún conciente de que el que más te paga está haciendo algo malo, ¿desde qué lugar podés exigirle a un político que no haga lo mismo que vos? Si bien el responsable es Diego Gvirtz, esto no le quita responsabilidad a los que integran el equipo, a los que acatan sin chistar lo que se les pide. Uno siempre puede decir "no".

Saludos
D.F.

Qué país

Por Eduardo Aliverti

Lo que pasó el jueves no pasa en absolutamente ningún lugar de este mundo. Es válido empezar por ahí, porque sirve de referencia para el análisis global.

Que un vicepresidente vote en contra de su gobierno; que lo haga a seis meses de iniciado éste; que lo ejecute en una instancia crucial para la suerte de la fuerza que integra; que no sólo no haya tenido la ética de renunciar, sino que porte la amoralidad de decirle a su compañera de fórmula que aquí no ha pasado nada y que quiere seguir a su lado hasta el 2011; que el conjunto de los periodistas de la Patria Mediática, siempre horrorizados por la prostitución ideológica de “los políticos” y alucinados con Borocotó hasta ayer nomás, rescate casi sin eufemismos los huevos que tuvo Cobos... Borges y Groucho Marx hubieran quedado boquiabiertos. Haber cruzado este límite surrealista es la pauta de la monumentalidad de los errores del Gobierno y de la magnitud del enemigo. Dijo un funcionario kirchnerista: “La primera vez que tocamos intereses concretos del poder, del poder real, lo único que se nos ocurrió fue enfrentarlos con el bombo y la marcha peronista. Así que nos pasó lo que nos tenía que pasar”.

Esa primera persona del plural es un elemento muy interesante. De qué hablan algunos cuando hablan de nosotros. Y de qué hablamos muchos de nosotros cuando nos referimos a ellos. Cuando desde el oficialismo citan el nosotros, lo hacen munidos de un sentido marcadamente excluyente, que se reserva la apropiación pero sobre todo las consecuencias de toda victoria, derrota, disposición o gesto político. Esa es en verdad la soberbia preocupante. Ese desprecio acerca de que las decisiones que toman, o la forma de implementarlas, no los afecta solamente a ellos, sino al grueso de quienes ellos dicen representar con dirección progresista. Y en analogía, tras el Waterloo del jueves, se escucha a muchos progres que pasan la factura por el número de estropicios oficialistas. Todo lo que se reprocha es cierto. Que se jodan por aliarse con radicales, que tienen el invicto histórico de terminar, siempre, traicionando. Que se jodan por haber apostado a la estructura mafiosa de los barones del conurbano. Que se jodan por no haber abierto el juego por afuera del PJ. Que se jodan por la admirable ingenuidad de mandar el proyecto al Congreso. Que se jodan por apoyarse en la burocracia de la CGT y no darle personería a la CTA. Que se jodan por su estilo capanga de conducción. Que se jodan por no profundizar la afectación de otros bloques de la clase dominante y acabar sin pan y sin torta. Todo correcto. Pero resulta que a la par del kirchnerismo se jodió, precisamente, la muy tibia posibilidad de seguir avanzando en un modestísimo proceso de pequeños cambios que es, al fin y al cabo, el paso tolerable para esta sociedad. Ahora la salida es posible claramente por derecha, por lo peor de la derecha, y lo que se jodió está lejos de ser sólo el kirchnerismo. ¿Dónde ponemos el no- sotros, entonces, y dónde el ellos?

Alguna parte de esa lógica de escupir para arriba, sin reparar o sin que importe que el salivazo caiga en un radio mucho más amplio que el de origen, tal vez les quepa a algunos de los que hoy creen, de buena fe, que el jueves ganó “la democracia”, o “la moderación”, o “el consenso”. O la buena fe, justamente. Alguien, pocos, varios de quienes no soportan a este Gobierno, o de quienes frente al conflicto puntual decidieron estar enfrente, deben haber dudado del sincero corazón de Cobos cuando a las pocas horas de votar se trepó al auto para recoger la adhesión chacarera. Debe ser un hallazgo o hecho psicológico de fuste que al rato de vivir el momento más difícil de la vida uno ande feliz por las rutas argentinas, mostrándose para la foto. Tiene que haber generado algo en la gente de buena fe verlo a Llambías cantando la marcha peronista con Luis Barrionuevo (igual que verlo a Saadi votando el proyecto oficial, nadie dice lo contrario). Alguno debe haber capaz de conmoverse un poquito por haberle llamado “dictadura” al único oficialismo del mundo cuyo vicepresidente le vota en contra y lo hiere de muerte, quizás, porque terminó siendo que semejante dictadura es tan torpe que ni siquiera tenía información de lo que podría ocurrirle en el Congreso.

Cupo recordar por estos días una definición de Gramsci: Es hegemonía cuando una clase, o fracción de una clase, logra convencer al resto de las clases, o fracciones de clase, de que sus intereses particulares son los intereses generales. Eso, exactamente eso, es lo que acaba de (volver a) consumarse en la Argentina. Pero no en la madrugada del jueves. Y ni siquiera desde marzo último, cuando en la conjunción de los desatinos gubernamentales, y el aprovechamiento de ellos por parte de la fracción gauchócrata-mediática, comenzó a tejerse el entramado que Julio Cobos coronó con la teatralización de su cinismo supremo. Esto viene y se repite desde hace más de 30 años. Es la victoria de las patronales de los milicos. Son los 30 mil desaparecidos para que se haya logrado juzgar y encarcelar a los genocidas, pero no revertir la fenomenal derrota política que supone el terror de las clases medias y populares a cualquier vía de tímidos cambios alterativos del humor de los privilegiados. Cobos y los pusilánimes que priorizaron sus hectáreas, sus chacras, la tranquilidad del vermucito y la siesta cuando vuelven al pago, la defensa falsa del funcionamiento institucional para que la coreografía periodística los ampare, traicionaron acuerdos políticos de circunstancia. Fueron infieles, pero no desleales. Debajo de la superficie –o bien arriba, en realidad– respetaron a rajatabla su cuadro de valores ideológico: no apartarse jamás de los que estarán siempre, de los que tienen la plata del poder verdadero. Los demás van y vienen, llámense Kirchner o como sea. Los Llambías y los Miguens no. Ellos están siempre. Ellos y el tilingaje que quiere ser como ellos y nunca lo será. Los pobres y el medio pelo que piensan con la cabeza de los ricos son el reaseguro de esta gente.

Ganaron otra vez, aunque en esta oportunidad no corresponde felicitarlos porque la mayor y mejor parte del trabajo la hizo el Gobierno. Les resta la rearticulación de sus fuerzas políticas y entronizar al Menem Blanco, que bien podría ser el propio Cobos, ahora que es el héroe nacional de la gran familia argentina. Los rentistas agrarios, los periodistas del sentido común, la Sociedad Rural, Lilita, Monsanto, las patrullas troscas que les proveen cotillón, Duhalde, los radicales, Macri. Es eso. No hay comandos civiles, ni grupos de tareas ni ninguna de las afiebradas fantasías con las que Kirchner tiró sus últimos manotazos.

El golpe es la repetición de la derrota cultural. Ese sí. Terminan de concretarlo. Que cada quien se haga cargo de la parte que le toca.

La traición de los hombres honestos

Por Claudio Zeiger

Quizá por un tiempo, Julio Cobos se convierta en el héroe de la antipolítica, el reino de los que creen que la moral y la política son dos esferas no sólo autónomas sino irreconciliables y que preferirían ser gobernados por una monarquía elegante o por los éticos médicos sin fronteras a los políticos. La ecuación es inmejorable. Para no traicionar su corazón, el vicepresidente “traicionó” los códigos de la política. Si podemos abstraer por un momento su decisión del conflicto por la 125, si se acepta que votó por una convicción y que esa convicción nació de la necesidad del diálogo y el consenso (bandera que, cabe aclarar, le pertenece a uno de los sectores en pugna, la Mesa de Enlace, precisamente el sector que proclamó pero nunca buscó ni el diálogo ni el consenso), podríamos decir con la revista Contorno y la pluma de Ismael Viñas, que estamos frente a “la Traición de los Hombres Honestos”. Cobos dice que lo juzgará la historia, pero en realidad lo estamos juzgando nosotros, que aún no somos historia, momento a momento. Ya hay “cobosmanía” y “cobosfobia”. Curiosamente, hasta el momento en que se escriben estas líneas, nadie ha puesto en duda la figura de Cobos como la de un “hombre honesto”, un radical clásico que no habría evolucionado, como su partido, hacia el más rancio conservadurismo provincial sino que se habría instalado en una posición de progresista del interior, o, en otros términos, un radical K. O, agregaría yo, un compañero de ruta reformista. Porque intuyo que después del conflicto que de una forma o de otra llega a su fin, vamos hacia la conformación de un bloque conservador que se enfrenta a un gobierno reformista precisamente para bocharle las reformas. El problema es que el bloque conservador llegó a morder los tobillos del gobierno reformista. Así, me parece, quedó la cosa.

Sobre esta configuración se agrega toda la discursividad atronadora de estos últimos cuatro meses, con sus marcas salientes de racismo y clasismo (clasismo en el peor sentido, se entiende) casi inéditos. Y en este campo discursivo y como colofón de la semana que pasó, se ubica el voto de Cobos, anunciado eufemísticamente como “un voto que no es positivo”. Podría pensarse que ese voto en nombre del consenso y el diálogo fue la réplica del otro hecho trascendental de estos días, que quedó curiosamente opacado por el Cobos affaire: una multitud en la calle, partida en dos, fue tapada por la sombra de un solo hombre.

Ahí –en esta intersección de multitud y Hombre solo en la madrugada–- creo que reside la clave del presente y del futuro. El voto del hombre honesto es la expresión condensada de una forma apolítica de hacer política, con la bandera argentina y el celular, con la indignación moral y la convocatoria cívica. No sé si en términos estrictos existe aún la oligarquía, pero la burguesía asentada en la prosperidad económica sí que existe y se viene manifestando hace más de 120 días para decir que no quiere que el Gobierno que les dio el crecimiento económico les imponga un estilo o, si se quiere, una estética, a la que rechazan visceralmente. Y ese estilo, esa estética, no es sólo la mentada “confrontación”: es la política expresada en términos históricos de militancia. Lo que se confrontó en las calles el día previo al nacimiento de Cobos, fue la política apolítica y la política militante. El silencio y el ruido. Y no lo voy a decir en los términos estrechos y un tanto cómodos, si se me permite, de los que mentan al gorilismo a cada instante. No se trata meramente de peronismo y antiperonismo (fórmula que obviamente está incluida pero no es decisiva).

Esa tarde tan soleada del invierno, la militancia como concepto y modo de entender la política (con sus errores, limitaciones y viejas mañas incluidos) vivió unas horas tan gloriosas que no extraña que suenen a final de época. Pero no debería ser tan grave.

El voto de Cobos, el hombre honesto de la moral media, cristalizó los valores de la política apolítica que existe y demostró que puede organizarse en un finde y mediante el celu. Creo que la militancia es el único camino que queda, y que su recomposición a todos los niveles –sindical, político, estudiantil, cultural e intelectual– es una tarea colectiva. La única condición es no defraudarla, no traicionarla.

Ni en nombre de la honestidad ni en nombre de la ciega lealtad.

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